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Porquería

un blog de Guillermo Fadanelli

miércoles, diciembre 24, 2003
Comencé a leer El secuestro de Miss Blandish, de James Hadley Chase a las 8 de la noche y terminé la novela cuatro horas después. A las 12 cuando pasaba los ojos por la última frase sonó el teléfono para recordarme que era sábado y que muchos de mis amigos, oprimidos por la suela de un trabajo, se arrancaban las cadenas y salían a mendigar algo de diversión por la noche. Aún impresionado por el personaje de Slim y por su innata debilidad hacia el asesinato, salí de la cama para jugar una vez más a la ruleta rusa, lo digo así porque tengo la impresión de que en un futuro no muy lejano alguien me hundirá una bala o una navaja sin que ni siquiera nos hayan presentado. Así que ya ni siquiera me cuido. Atravieso el centro de la ciudad a la una o dos de la mañana, con resignación y confianaza, como una de esas putas experimentadas que saben que cualquier cosa que les suceda será siempre menor a lo que se habían imaginado. Iba pensando que el final de la novela nunca debió ser que Miss Blandish, la joven secuestrada, se tirara por una ventana cuando había sido ya totalmente rescatada. Me hubiera gustado un final feliz, por ejemplo que Miss Blandish una vez libre y luego de tratar con tantos delincuentes y pesonalidades oscuras, se dedicara a administrar una casa de citas. Pero eso es una estupidez, una mala broma, ¿por qué tendría Miss Blandish que administrar un prostíbulo? En ésas estaba cuando me vi repentinamente frente a El Rey, tal vez el lugar menos indicado para una noche como ésa, tan tenebrosa, "ojalá maten a alguien esta noche, junto a mi, para sentir de cerca la muerte, para cagarme ahora sí de a deveras". Palabras más, palabras menos eso estaba pensando cuando un hombre me tomó del brazo para invitarme a entrar, "me están esperando", le dije cuando vi algunos rostros conocidos alrededor de una mesa. Eran amigos, prescindibles como casi todos, un poco idiotas pero cariñosos. También estaba una mujer madura que me imaginé sería Ma Grisson, la madre de Slim el asesino, secuestrador y amante de Miss Blandish, estaba en una mesa pequeña y cuadrada, bebiendo ron, gorda y magnífica, dispuesta a amamantar a más de un asesino y a enseñarle lo que significa "vivir".

Serían las cuatro de la mañana cuando una anciana en bikini apareció en el centro de la pista y se puso a bailar cumbias. El público era escaso y se hallaba en muy malas condiciones, mis amigos seguían bebiendo, los meseros dormían, Ma Grisson lloraba la ausencia de su hijo, muerto a tiros como un perro: "Durante un segundo, aquel hombre acribillado permaneció de pie, en actitud de desconcierto, iluminado por la luz del sol. Después cayó hacia adelante". No había ya nada que hacer allí, me levanté y tiré un billete sobre la mesa, algunos protestaron, otro me mentó la madre, uno más hizo lo mismo que yo. El Rey estaba muy cerca del Eje Central, en Ecuador, a un lado del 14 y a unas cuadras del 33 y el Men y el Piel Canela, y La Barca de Oro, y otras tumbas donde los muertos se comen sus gusanos. Yo caminé hasta Bolivar e inicié el recorrido que me llevaría hasta el Dos Naciones, iba pensando que me habría gustado un final diferente, no que Miss Blandish se lanzara por una ventana, otro final, cualquiera.
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